Por Maximiliano Reimondi (*)
Un anciano vivía en un barrio hermoso. Tenía una casa cómoda y le gustaba salir a caminar todas las mañanas. Cuando se acostaba le costaba dormirse porque se quedaba pensando en el pasado.
Una mañana despertó y se encontró nadando en una pileta olímpica. Tenía frío y supo que estaba soñando. Cerró los ojos y siguió soñando que estaba en su oficina, hablando con uno de sus empleados. Le anunciaba que lo había ascendido. El empleado sonreía y estaba muy contento.
Se despertó y se encontró nadando en un río caudaloso. El agua estaba muy sucia y le costaba nadar. No tenía fuerza en sus brazos ya que le dolían todos los músculos. Se dio cuenta de que estaba soñando nuevamente. Cerró los ojos y durmió en paz.
Se levantó con mucho miedo. Ese día no le habían llevado el diario. Prendió el televisor y no había ninguna transmisión. Le pareció extraño. Se sentó en el sofá y se quedó dormido.
Sintió un fuerte viento y abrió los ojos. Estaba en el desierto bajo un sol abrasador y un viento huracanado lo arrastraba. La arena le cegaba los ojos. Todo eso le resultaba insoportable. Aulló a causa de la desesperación. Se dio cuenta de que estaba soñando y cerró los ojos. También soñó que se le aparecía Jesucristo, lo abrazaba y le decía:
-Amado hijo, estoy contigo…
Se despertó a causa de la sed que sentía. Su garganta estaba tan seca que el ardor lo aturdía. Le costó levantarse. Abrió la heladera y tomó la botella de agua. Estaba tan fría que volcarla en su garganta fue un gran placer. Se acostó nuevamente y durmió en paz.
Se despertó y se encontró nadando en el mar. Estaba inmerso en una tormenta atroz. Comenzó a ahogarse y se dio cuenta de que estaba soñando y cerró los ojos. Soñó que estaba almorzando con su esposa y se reían muchísimo.
Se despertó porque tenía mucho frío. Corrió a cerrar la ventana. Había caído la noche con su manto negro. Tomó una frazada y la puso en la cama. Se acostó nuevamente, se tapó hasta la cabeza y durmió en paz.
Se despertó y se encontró con copos de nieve que se introducían en su boca abierta. También se le metían por las orejas y los ojos. Lamía sus labios y la sensación era maravillosa. Se dio cuenta de que estaba soñando pero quería seguir en ese sueño.
A los pocos minutos, la nieve dejó de caer y se sintió desilusionado. Había sido un hermoso sueño. Cerró los ojos y soñó que el televisor explotaba en la cara de un niño. Se levantó sobresaltado y gritó.
El sol rajaba la tierra. Se preparó un café y sentado en la mesa de la cocina, comenzó a cantar el tango “Naranjo en flor”.
Se despertó y observó que una cara desconocida se acercaba a sus ojos. Ese rostro abría su boca. Supo que no estaba soñando. Sus ojos se aclararon y pudo observar a ese hombre que le decía:
-Francisco, ¿me escucha? Soy el doctor Romero. Estuvo muerto. Ahora lo llevaremos a terapia intensiva.
(*) Periodista, escritor, dramaturgo y actor.